Ya he escrito un breve comentario sobre este compositor en
este blog. Ahora, en este post dejaré mis comentarios sobre mi obra preferida
de él.
La primera sinfonía de Ture Rangström en Do sostenido menor,
dedicada al escritor August Strindberg, es una de las obras que muestra
claramente todo el poder del compositor.
Parece que Rangström quiere devorarse a la audiencia con
bombásticos efectos orquestales. Los motivos melódicos son simples directos y
de carácter penetrante. El ambiente severo y misterioso se mantiene durante la
más de media hora de sinfonía, balanceando bien sus momentos silenciosos con
los ataques fuertes, logrando un espectáculo sonoro memorable.
Confieso que el primer movimiento me parece uno de los
movimientos más impactantes que he escuchado en las sinfonías nórdicas. Notamos
toda la influencia de Wagner y la expresividad de cualquier romántico tardío,
pero hay mucho más. Los rugidos orquestales, densamente orquestados nos agarran
por las entrañas, es difícil no sentir esa peculiar rudeza. Definitivamente la
orquestación de Rangström es para sorprenderse; yo incluso detecto muchas influencias
al respecto de Rimsky-korsakov en ciertos efectos. Desde este movimiento ya
somos testigos de una característica de la sinfonía: a Rangström le encanta
desplegar todo el poder de los metales, sin miedo a pedirles fortissimos que
inunden el recinto (esto es de remarcar, pero no es nada impresionante para por
ejemplo, un fan Khachaturian). El final del primer movimiento con un
inigualable efecto de inmensidad, nos deja enganchados.
El segundo movimiento consiste en una especie de marcha
fúnebre. Pero viniendo del primer movimiento, ya sabemos que Rangström no lo
hará tan simple. Nuevamente nos va llevar desde un misterioso y calmado tema “triste”
hasta una fuerte y casi hipertrofiada sensación de tragedia, que nos hace dudar
si realmente pretende expresarnos una emoción o solo nos quiere devorar con su perverso
espectáculo sonoro. De cualquier forma, este movimiento nos vuelve a dejar
pasmados.
Al escuchar la entrada del tercer movimiento, todos queremos
gritar ¡Sibelius! Pero inmediatamente, el estilo de Rangström se impone con un dinámico
y muy seductor tema (presto turbulento) que no pierde la personalidad de la
sinfonía. En este scherzo, Rangström nos ofrece un intermezzo lírico, el cual
también nos sorprende por su sensibilidad; pareciera incluso que se sale un
poco de contexto, pero el efecto es maravilloso.
Probablemente el último movimiento sea el menos impactante,
lo cual me parece muy bien porque le da una buena sensación de conclusión a
todo el retorcido viaje que nos acaba de dar. Los temas parecen ser más
amigables, pero el espíritu de la sinfonía no se pierde, haciendo que ciertos
momentos parezcan algo macabros. Después de que los temas nos despiden de este
mundo en el que Rangström nos metió, la sinfonía concluye de manera peculiar,
con unos golpes de la orquesta con la nota Do sostenido (la tónica de la
sinfonía), todos los instrumentos con la misma nota… y esa nota es la que
termina desvaneciéndose en el silencio dejándonos con la expresión de “qué…
¡qué! ¿qué pasó?”. Y luego volvemos a la realidad.
Esta es una sinfonía de romanticismo recargado, supongo que
habrá algunos a quienes no les guste. Pero es una sinfonía fuerte que
entretiene a cualquiera. Por el momento creo que solo la han grabado dos veces,
esperamos escucharla más seguido en un futuro.
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