El compositor sueco Allan Pettersson, es uno de los más importantes en su país. Fue reconocido internacionalmente y sus sinfonías fueron apreciadas, difundidas y grabadas.
Pero no vamos a mentir… Pettersson no es un compositor fácil de digerir; esto tal vez debido a que no tuvo una vida cómoda siendo hijo de un padre alcohólico y violento, llevando una infancia en la pobreza y posteriormente teniendo problemas graves de salud que lo llegaban a postrar en la cama durante largos periodos de tiempo. Así, encontramos en su música cierto pesimismo que no encontraremos en ningún otro compositor.
Personalmente, describiría su estilo como un “post-Mahler” o tal vez un “post-Berg” (sin dodecafonismo), cargado de expresionismo moderno, recargado y abrasivo. Sus sinfonías (16 en total) son la médula de su obra y todas tienen su estilo (inconfundible) oscuro, complejo y devastador. A continuación una cita del compositor:
“¡No soy un compositor! Soy una voz que grita amenazada por ser ahogada en el ruido de los tiempos.”
Este sentimiento se expresa de manera densa y oscura en sus obras. Mis sinfonías favoritas son las correspondientes a un periodo definido y son la 6, 7 y 8. Algunos agregarían la sinfonía 9 que corresponde también a este periodo compositivo, pero la novena me parece demasiado compleja como para recomendarla. A pesar de eso, también recomiendo la 10, 11 y 12; algunos tal vez prefieran la peculiaridad de la 16, que solicita un saxofón solista.
Para iniciar la exploración de este compositor, definitivamente la mejor opción es la sinfonía 7, que es la más light o bien… la menos pesada de todas. Es una sinfonía bellísima que vale la pena conocer incluso, aunque no se pretenda profundizar en la música de este señor.
Como muchas de las sinfonías del Allan Pettersson, ésta es en un solo movimiento (característica que de entrada ya las hace de más difícil digestión). Los temas, mayormente sombríos y dramáticos, van apareciendo uno tras otro de manera dinámica. Si algo tiene Pettersson, es que sabe manejar la orquesta y sus ritmos para mantenernos dentro de su viaje de desconsuelo. Pasamos de la tristeza ansiosa a la profunda melancolía, la desesperación y eventualmente algo de verdadero horror. De repente surgen temas más “optimistas” que debido al contraste con el resto de la obra, suenan con peculiar belleza romántica. ¡Y vaya si suenan bellos! Es difícil no conmoverse cuando llegan. Como es de esperarse, no hay final feliz para esta sinfonía, aunque sí hay cierta resignación, marcado por un tema melancólico y tranquilizante ejecutado en el registro agudo, el cual nos deja con una sensación extraña pero agradable.
Pettersson tal vez no es música para llenarse de ánimos, pero es música que explora de manera sublime la belleza de esos oscuros sentimientos, que tal vez no queremos experimentar en la vida real, pero que el arte siempre nos recordará lo que son: parte de nuestra humanidad.
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