Uno se enamora de la música clásica, de todo lo que nos hace sentir e incluso, de los compositores. Sin embargo uno se enamora también de las obras mismas, por sí solas. Lo que pienso es que hay algo en ellas, las obras, que hacen que se perciban como ciertos entes dotados de
personalidades, de características, de intenciones, de un lenguaje
propio... y mientras más las escucha uno, más se da cuenta uno de
esas cualidades de “persona” que tiene, más invertimos nuestros
sentimientos en ellas y las vamos conociendo a un nivel tan íntimo...
que uno termina por enamorarse.
Para mí, este efecto es una gran manera de describir el “cómo se siente” la
música clásica (por lo menos cuando un no-melómano me lo pregunta). De hecho, tal vez no sea algo exclusivo de la
música clásica, pues recuerdo haber visto un meme hace tiempo que decía algo
como “algunas canciones te gustan tanto que se vuelven personas”. Tal vez cuando era joven y escuchaba más música popular,
disfrutaba las canciones de esta forma, pero no estoy seguro de ello.
La
verdad es que comparar una canción de 4 minutos con, qué sé yo,
una sinfonía, no sería adecuado. Pero debo confesar, que para mí, el efecto de atribuir
características de persona a la música sólo sucede con obras
grandes, complejas, con muchos temas melódicos, muchos cambios de
humor. Y yo creo que con mucha razón, pues las
personas humanas así son: complejas, con muchas facetas diferentes. Eso sí,
tienden a tener un sello distintivo que es el que más recordamos
cuando no estamos acompañados por ellas. Tal cual sucede con los
temas principales de las sinfonías.
Obras
cortas, piezas pequeñas como los valses o nocturnos de Chopin por ejemplo, alcanzan
gran expresividad y uno percibe toda una humanidad dentro de las
notas, pues claro, al fin y al cabo, se trata de un ser humano
expresándose (el compositor). Sin embargo, es en las obras grandes
donde pienso que un compositor realmente puede alcanzar este efecto
de crear todo un personaje, toda una entidad de persona completa, que uno puede percibir cuando escucha la obra. Así se siente uno cuando le da play
a su sinfonía favorita, uno se siente acompañado por alguien, por
alguien a quien ya conocemos muy bien, con todos sus rasgos, manías, cualidades y
cambios de humor.
Cada escucha es diferente y probablemente cada uno tenga una metáfora distinta para describir o explicar la relación que se tiene con las obras favoritas. La "obra como persona" es una de mis favoritas y cada día pienso que es la que mejor encaja. Incluso, parece que mientras más me creo esta metáfora, más me enamoro de esas sinfonías, de esos conciertos, de esos oratorios que cada vez conozco mejor.
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